martes, 15 de diciembre de 2009

empezar

Con su cuerpecito temblando de rabia, Antonio desafiaba a su maestro que, poco amante de querellas, hizo lo posible por calmarle los ánimos. Cada vez le ocurría más a menudo. Le venía a la mente un recuerdo como aquél. Sin venir a cuento. Eran las cinco de la mañana y en la estación hacía mucho frío. Claro que era más bien un apeadero y estar sentado en uno de sus bancos era como estarlo al aire libre. Mañana cumpliría 26 años. Le esperaba su familia y una gran celebración. Tras 6 años en la ciudad, por fin había terminado la carrera. Por fin podía entrar en nómina en el despacho de su padre. Sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, como siempre que se ponía a pensar en el futuro. Contempló el arbitraje de agujas y el entramado de vías en el que se bifurcaban poco más adelante. Respiró hondo.

viernes, 27 de noviembre de 2009

colgado de ti

Ni subido a una escalera conseguiría besarte, si lo intentara, tus guardaespaldas saltarían sobre mi y me harían pedacitos, sin contar que la policía se presentaría en cuestión de minutos y me arrastrarían al calabozo sin demasiadas contemplaciones. Imagínate, lo que diría mi esposa, le faltaría tiempo para atender a los periodistas con su estudiada expresión abrumada por mi salud mental. Mi hija no, ella me entendería, es como yo, una soñadora. De todas formas, eso no pasará, no necesito besarte ni tocarte, me conformo con lo que tengo. Mirarte todos los días. Rendido ante tu belleza. Que el vigilante del museo me mire mal es el menor de mis problemas.

martes, 3 de noviembre de 2009

vaquero

Esta vez no erraré el tiro, era su frase favorita, ¿sabe usted? Era de no sé qué película del oeste, una de John Wayne, creo, bueno, no estoy segura. La soltaba de vez en cuando, sin venir demasiado a cuento, la verdad es que era un fanfarrón, mire, como todos los hombres. Por fuera un ogro, pero por dentro era más bueno que un ángel, yo lo sabía, yo, incapaz de hacer daño a nada. Un gato, un simple gato sarnoso se nos cruzó en la carretera, y en lugar de atropellarlo lo intentó esquivar, perdió el control y nos chocamos. Y cien veces que se nos hubiera cruzado, cien veces lo habría intentado esquivar. Porque era el más bueno, mi vaquero de pacotilla...

domingo, 25 de octubre de 2009

el barco

El hombre luce una inquietante sonrisa. Asomado a la borda del crucero se fuma un cigarrillo. Todos los días a la misma hora. Y no hace nada más. Ni baja a las fiestas de gala, ni se baña en la piscina, ni toma el sol, ni participa en las excursiones..., nada. Sólo sale de su camarote para contemplar el mar mientras atardece. No creo que nadie haya reparado en él. Es como si se moviera en un tempo diferente y eso lo hiciera invisible. Pero hoy era diferente, hacía tiempo que había acabado su cigarrillo, tiempo que había dejado de sonreír, que miraba intensamente al horizonte y que sus nudillos se blanqueaban por lo fuerte que se sujetaba. Por un momento tuve la seguridad que quería saltar. Algo pasó y lo perdí de vista. Algo pasó, porque aquella noche sí bajó a cenar. Y su sonrisa ya no era inquietante.

martes, 20 de octubre de 2009

valle

Cielos, cómo brilla hoy el valle. Qué amanecer tan hermoso, todo parece recién nacido y feliz de bañarse en la luz del sol naciente. Todo recuerda a la feliz nostalgia de la infancia perdida, a la esperanza en el futuro, a la confianza y la templanza. Todo parece herirle mientras, asomado a la ventana de su habitación, contempla inmóvil. Tanta vida, tanta luz, parecen querer burlarse. Ella también, inmóvil pero al otro lado del valle, contempla el amanecer. Después, cuando el sol ya empieza a calentar, y tan silenciosamente como siempre, vuelve a la cama junto a su esposo.

martes, 29 de septiembre de 2009

gigantes

El subsecretario judicial A.M.R. llevaba 40 años encargándose de lo mismo. Al principio, haciendo uso de una decimonónica máquina de escribir, ahora ya de un moderno teclado inalámbrico, redactaba en el habitual estilo comedido, directo y, en la medida de lo posible, comprensible, providencias, denuncias, notificaciones y hasta las sentencias que, con unas pocas notas el juez le resumía de los juicios que resolvía. Nadie supo a ciencia cierta cuándo los escritos del subsecretario comenzaron a alejarse de un modo alarmante de la realidad. Movido quizá por la monotonía y por una frustrada vocación novelística, su imaginación se inflaba como un globo y, con ella, la poesía y la épica de los litigios. Quijotesco, transformaba reyertas de borrachos en intrigas multinacionales, violencia machista en canciones de amor desesperado, agua en vino, vino en vendimia y churras en merinas. Tácita y discretamente, fue trasladado al cuarto de la fotocopiadora.

jueves, 17 de septiembre de 2009

luz

No reconoció el rostro que vio en el espejo. Amoratado y abotargado, repleto de arañazos y hasta de nuevos pliegues y arrugas. Aunque quizá lo verdaderamente cambiante y, prácticamente, lo único que le sorprendió, fueron sus ojos. Estaban desbordados de una luz que no recordaba haber visto nunca. Traviesos y divertidos se removían inquietos llenos de tanta vida como un cachorro hambriento. No recordaba nada de la noche anterior, pero sí que sus ojos antes eran lineales y tristes. Deseó no cerrar los ojos nunca más para no perder esa mirada.

lunes, 7 de septiembre de 2009

sepultureros (y III)

Mario era el hijo del lechero, un muchacho enclenque del que Alba María cayó enamorada. Era huérfano de madre y su padre nunca se había preocupado demasiado de él, bienpensando que los hijos se crían prácticamente solos con un poco de pan con leche y unos pocos estudios. Su estrafalaria, aunque inconsciente, forma de vestir y su forma callada de caminar llamaron la atención de Alba María, su aire tranquilo, un rostro hermoso y una mirada bondadosa hicieron el resto. Se enamoraron como se enamoran los jóvenes y se querían como se quieren los ancianos. Todas las tardes oían el timbre de la bicicleta del hijo del lechero y todas las noches volvía Alba María con los ojos todavía más iluminados y con la vida rebosando por todos los poros. Todas las tardes él se quedaba recelando, inquieto y paseando por el cementerio como una fiera enjaulada y todas las noches, cuando ella volvía parecía como si le volvieran a dar permiso para respirar y quedar tranquilo.
A Mario lo hirieron un día, en una tarde como cualquier otra, montado en su bicicleta camino del cementerio, pedaleando todo lo rápido que sus piernas le permitían, un coche forastero lo arroyó y, sin mirar atrás, se dio a la fuga, dejando al hijo del lechero inmóvil sobre el camino, a apenas 300 metros de su destino, con apenas un hilo de vida que él, con los ojos muy abiertos y solo pensando en Alba María, se resistía y resistía a soltar.
Pasó la tarde y nadie pasó por el camino hasta que, entre sus lágrimas, Mario lo vio a él, al enorme hermano de Alba María, al hijo del sepulturero, a aquel gigantón triste que lo miraba torvamente siempre que la iba a recoger y que ahora lo recogía del suelo como si fuera una bolsa de trapos. Aguantó el dolor hasta que llegaron al cementerio y pudo ver a la otra mitad de su corazón, tan rota como él, corriendo a su encuentro. Después, cayó.
Cuando despertó volvió a verlo a él, al gigante triste, estaban los dos solos en una habitación oscura, si bien había una tercera persona que no alcanzaba a distinguir con claridad, como si fuera alguien desenfocado. También los oyó hablar, aunque la boca del hermano de Alba María seguía tan cerrada como siempre. Le gustó el sonido de su voz, suave, cálida y reconfortante, pero también firme y decidida. Nunca antes le había escuchado hablar y aunque no entendía nada de lo que decían, se sentía cada vez mejor, no se preguntó nada, ni dónde estaba, ni quién era la tercera persona ni por qué, cada vez que la miraba, parecía como si cayera una lluvia sobre sus ojos, ni siquiera se preocupó de no encontrar a Alba María a su lado. Confiado y tranquilo, volvió a cerrar los ojos y durmió.
Sus padres no lo habían educado para odiar, y él no podía soportar ver cómo su hermana se moría por dentro tan rápido como se estaba muriendo Mario. Como otras tantas veces hiciera con Alba María, lo veló durante varios días seguidos, manteniéndose despierto, a la espera de que llegara ella, la muerte, para intentar convencerla de no llevarse esa vida consigo. A la parca no le sorprendió demasiado encontrarlo allí, durante los últimos años, siempre que había pasado por la casa del sepulturero de aquél pueblo perdido, allí se encontraba con aquel chico que nunca parecía dejar de crecer, que le miraba fijamente y le hablaba con dulzura. No era el único, pero a él en particular le había tomado cariño, harta como estaba de brujas escandalosas y espiritistas grandilocuentes. Una y otra vez a lo largo de los años y allí, en su propio terreno, en un cementerio, se dejaba vencer y convencer por aquél extraño muchacho, apiadándose de su tristeza y sin llevarse a la única que lo parecía iluminar, Alba María. Y aunque aquella vez era diferente, aunque a aquel muchacho enclenque no lo conociera de nada y sus heridas fueran mortales de necesidad, también aquella vez se marchó sin lo que había ido a buscar.
Pero partió contenta de haber vuelto a ver al hijo del sepulturero.

viernes, 28 de agosto de 2009

sepultureros (II)

Los tres hermanos varones salieron al padre y ninguno de ellos era demasiado amante de los libros y el estudio, con lo que quedaba definitivamente confirmado que la herencia brillante de los abuelos paternos resultaba, también, definitivamente enterrada en algún escondido pliegue genético. Alba María era la más pequeña de los hermanos, la única niña y, al contrario que los demás, había salido a su madre. Alegre, parlanchina, menuda y frágil. Ella sola hablaba más que su padre y todos sus hermanos juntos aunque, los primeros años de su vida, fue un continuo desvelo para sus padres. A menudo caía enferma o padecía algún accidente en su afán de seguir a sus hermanos mayores en todo cuanto hacían. No podía saltar tan alto, correr tan rápido ni pegar tan fuerte como cualquiera de ellos hacían sin el menor esfuerzo. Él, el mayor de los hermanos, siempre estaba pendiente de ella, girando la cabeza cada dos minutos para comprobar si los seguía, buscándola con la mirada ansiosamente cuando no sentía su charla ininterrumpida, desde que nació la tomó bajo su protección silenciosa pero poderosamente. Rara vez la tocaba o le prodigaba cualquier tipo de mimo, pero cuando la velaba en sus fiebres su mirada era tan intensa que pareciera que la quisiera sanar a fuerza de fruncir el ceño. Su madre ya había renunciado a intentar separarlos cuando Alba María caía enferma. Se preocupaba por él, porque no podía ser sano pasar la noche sin dormir, si otra dedicación que mirar sin pestañear a su hermana, pero también se sentía enternecida por el amor fraternal que él sentía. También aprendió a conocer el estado de la salud de su hija según el grado de concentración de su hermano. Cuando él se levantaba y, agotado, volvía a su cama, su madre sabía ya que a las pocas horas Alba María iba a amanecer otra vez con apetito y ganas de parlotear.
Los años pasaron y él, el hermano mayor, pareció heredar la máscara de tristeza que otrora llevara su padre, su silueta de gigante insensible no se correspondía con su corazón tan vulnerable como un pajarillo, con unos ojos que, a menudo, parecían ver el drama detrás del más insignificante de los objetos, de las situaciones, con unos brazos que podían mantener un carro en vilo pero que, a menudo, caían inertes e inermes, con unas piernas que vadeaban los más vivos arroyos pero que, a menudo, no podían mantener el peso de sus propias lágrimas. Sólo su enormidad se veía reconciliada junto a Alba María, su agitación calmada, su fatiga vencida, su alma amansada.

viernes, 21 de agosto de 2009

sepultureros

Vivía en un cementerio, su padre era el sepulturero y, junto a su madre y sus hermanos compartían y crecían en una casa anexa a la sacristía. Claro, jugar entre las tumbas, esconderse en los panteones y correr entre bloques de nichos era para él tan normal como ver ponerse el sol todos los días. En el colegio aprendió a sentir algo parecido al orgullo cuando comprobó el efecto que provocaba entre sus compañeros decir que vivía entre los muertos. Ojos y bocas muy abiertas que, por puros azares del destino, desembocaron en admiración y respeto en lugar de burla, quizá por su aspecto, grandote, cejijunto, malcarado y silencioso. Su madre era un alma sencilla y alegre a la que no le preocupaba que sus hijos crecieran en un sacrosanto. Pasaba su tiempo con ellos y comprobaba que, a pesar de las muchas normas y horarios que debían respetar, eran los usufructuarios de un pequeño y soleado terreno. Podían correr y saltar a su antojo, seguros entre los muros que lo delimitaban y no había muchachos tan lozanos y robustos como él y sus hermanos en todo el pueblo. Se sentía contenta y casi una privilegiada. Su padre era también una persona silenciosa, grande y fuerte, con una continua expresión de contenida pena en su rostro. Cuando se presentó a solicitar el empleo, el sacristán no pudo imaginar mejor comparsa para oficiar los funerales que aquel gigantón, que más parecía un monumento a la tristeza que un sepulturero y no dudó en concederle el puesto. Ya de naturaleza silenciosa, los primeros años que ejerció su cargo fue todavía más hermético, de una manera instintiva se sentía avergonzado por no haber encontrado una forma mejor para sacar adelante a su familia. Si bien la vergüenza era como un pequeño pero cierto caparazón que llevaba consigo desde que comprendió que lo suyo no eran los libros, o más bien, desde que sus padres, médico y maestra respectivamente, lo comprendieron, aunque nunca acabaran de entender cómo habían parido un hijo tan diferente a ellos y a sus hermanos. Pues bien, las gentes del pueblo se acostumbraron a asociar su presencia con la muerte, a sentirse tristes cuando aparecía, como si no pudieran evitar imitar su máscara de pena. Quizá hubiera acabado siendo un borracho si su naturaleza hubiera sido un poco menos bondadosa o responsable, o si simplemente se le hubiera ocurrido tomarse un coñac en lugar de su acostumbrado café con leche. Gaseosa en verano. Poco a poco se le fue pasando la vergüenza, como se le pasa a la gente el luto por alguien perdido, delante de sus ojos veía una esposa feliz y cariñosa y unos hijos sanos y respetuosos y la tristeza tornose de forma cadenciosa pero continua en satisfacción y serenidad, dejando atrás para siempre su pequeño y cierto caparazón de tristeza.

viernes, 31 de julio de 2009

un día

Era un día como cualquier otro. Teléfonos sonando, expedientes que se perdían, jueces de baja, providencias de apremio caducadas… también, como de costumbre, mi cabeza estaba en otro lugar. Y con ella mi corazón cachorro. Estaba en mi viejo pueblo, en un atardecer cerca de la playa, despoblada ya de bañistas y de niños armados con manguitos a bordo de un flotador. Estaba en el mismo espigón en el que nunca había estado con nadie y en el que ahora estaba contigo, mirando el sol caer. Soñando contigo, estando tú a apenas dos mesas detrás de mí. Llegando a callejones sin salida. A tristes callejones. Y también a alegres. Pero soñando en ti. En un día como cualquier otro.

martes, 21 de julio de 2009

volar

Esta noche hablaré con él, he de intentar convencerle, sacarle esas ideas de la cabeza, hacerle comprender que algunos sueños hacen daño, que sólo sirven para descentrar el ánimo y lubricar a la vanidad, que a veces se vuelven contra uno mismo y muerden allí donde hace más daño. Le contaré que yo también soñaba con castillos en el aire, con soltar la correa de la niña que llevaba dentro, con vivir y no sobrevivir, pero que aprendí que era mejor caminar que volar.
Todo eso le diré y Dios quiera que no se deje convencer.

Publicado en el libro Más cuentos para sonreir. Ed. Hipálage.

martes, 14 de julio de 2009

cachorro

El teléfono sonó entre las 4 y las 4:30 de la madrugada justo cuando, a bordo de un enorme flotador, el juez Ondoño estaba a punto de atracar en una playa color turquesa. Ya tristemente acostumbrado a ser requerido a cualquier hora para el levantamiento de algún cadáver, se vistió con diligencia y marchó a cubrir el expediente. Encallecido con los años, el veterano juez ya no se dejaba impresionar por cuerpos ensangrentados o por los dramas humanos con los que se encontraba. Pero los dramas perrunos eran otro cantar. Un cachorro de labrador famélico lloraba y llamaba a sus desaparecidos amos y quiso la Providencia que aquella noche cometiera la única falta de su extensa carrera, hasta entonces sin mácula, llevándose a su casa una posible prueba del caso (o parte del escenario del crimen, según se mirase), para darle un poco de leche y unos huesos de pollo.

miércoles, 24 de junio de 2009

doña Matilde

Cuando viera su dibujo sobre la inmaculada concepción no tendría más remedio que felicitarle delante de toda la clase. Había estado trabajando durante toda la noche, centrada toda su atención en cada uno de los detalles que añadía, con la paciencia de un relojero hasta que los ojos le lloraron. Aún tuvo tiempo para soñar en cómo doña Matilde, la joven profesora sustituta, le obsequiaba con una mirada de cariño interminable con aquellos enormes ojos azules. Al despertar, preparó el cuadernillo con el resto de dibujos y marchó al colegio con la serenidad de los campeones. Lo primero que llamó su atención al volver a casa fue su dibujo encima de su escritorio, y lo segundo fue que no encontró el torpe poema que le había escrito a doña Matilde. Presa del pánico, sumó dos y dos. No hubo felicitación, ni matrícula de honor. Pero su mirada fue todavía más intensa, larga y cariñosa de la que su sueño le había mostrado. Y su dibujo en la mesa.

martes, 16 de junio de 2009

su vida

Era mi diluvio pero no mi barca. Sólo eso vi anotado en su libreta. Hice una fotocopia con el temor de ser descubierta rebuscando en sus cosas y me la llevé a casa como el mayor de los tesoros. Su letra era clara, pero su significado siguió siendo un misterio para mí durante mucho tiempo. Tenía que haberlo imaginado. Enamorada como una tonta de su andar silencioso, de su melancolía, de unos ojos que creía que encerraban bondad y sabiduría y que sólo cerraban su caja de Pandora. Metódico como siempre, la hoja de su libreta sólo era un borrador de su nota del adiós.

domingo, 7 de junio de 2009

Polichinela

Mi vecino es un payaso, pero un payaso de los de verdad, con la nariz colorada y los zapatos-barcas. Un día vino a pedirme algo, creo que un limón o un poco de azúcar, o puede que ambas cosas. Estaba de mudanza y su hija tenía capricho de limonada. Me cayó bien e hicimos amistad. Me contó que su mujer le sorprendió junto a la trapecista practicando equilibrios en la cama, "¡Ja-ja!". Su circo tenía un código interno muy estricto y, en cosa de unos días, se había quedado sin mujer, sin trabajo y, merced a un “contencioso matrimonial”, sin la custodia de su hija. Pero su alegría era invencible y, en cualquier momento, parecía que su pajarita fuera a dar vueltas o que te sorprendiera con un bocinazo. Sólo cuando su hija vuelve con su madre, Polichinela se convierte en Arlequín y se escuchan sus sollozos a través de las paredes.

martes, 26 de mayo de 2009

princesa

¿Te acuerdas de mí? Soy la que revolvía tus entrañas, la que sacaba a pasear a tu corazón y nunca lo devolvía a tiempo, la que te llevaba hasta el precipicio y luego te dejaba caer, la que te esperaba en el fondo de tu caída, la que te cogía de la mano, la que encerrabas en corazones asimétricos, la que te mató y te resucitó, la que te rompía como se rompe el silencio, sin romperlo, la de tus lágrimas calientes, la que te seca la garganta, la que hace diez años que vive dos pisos más arriba, la que ahora te pregunta: “¿A qué piso vas?”

lunes, 18 de mayo de 2009

esa mirada

Entonces reconocí la mirada de la fotografía, la favorita de las que conservaba de mi padre, una que lo captaba a él y a mi madre, contentos, cercanos y ajenos a la cámara. Anciano ya, la senilidad había teñido su mirada de nada, de un desamparo infantil y callado ante el mundo que le rodeaba. Pero aquel día ocurrió. Mientras le daba su merienda, mi padre vio algo que llenó de luz sus ojos, seguí su mirada y sólo ví como dos mujeres, una también anciana acompañada por una más joven, salían del comedor. Pensé en levantarme, alcanzarlas, averiguan quiénes eran. Pero no pude separarme de mi padre, de esa mirada, ahora que por fín había regresado.

lunes, 4 de mayo de 2009

bienaventurado

-Lo mejor sería ir a por el destornillador… Niño, te me acercas en una corrida a mi furgoneta y me traes el destornillador de mango amarillo de la caja de herramientas.
El cabo de la guardia civil dudó unos instantes pero, a falta de otras iniciativas, marchó corriendo, en parte aliviado de dejar aquel escenario, mientras, el alcaide se cagaba en sus muertos y maldecía su mala suerte, que para un reo que había que ajusticiar, se tenía que desgraciar el maldito garrote vil del demonio, precisamente ahora.
El párroco, arremangada la sotana, con su destornillador amarillo ya en mano, comenzó a manipular el mecanismo, mientras yo, despojado de toda dignidad, con la nuca magullada y los pantalones mojados, aún tuve la lucidez para darme cuenta que, con los arreglos del pater, aquel aparato moría sin matar.
Después, todo fue muy rápido, el traslado a otra cárcel, el asalto al convoy por mis compañeros de partido, la libertad... Aún no sé si puedo contarlo gracias a un cura chapuzas o a un enviado de Dios.

martes, 28 de abril de 2009

arráncate de mí

Luego, se fue corriendo, primero poco a poco, como a cámara lenta, después cada vez más rápido, cada vez más rápido, sin mirar atrás, escapando, huyendo de una telaraña de celos, desencuentros e incomprensiones, de una espiral de sentimientos desubicados, de un pasado sin presente, de un presente en el pasado, de un presente sin futuro. De algo que hacía daño. Liberándose en cada zancada que daba, llenándose los pulmones de aire doloroso y nuevo, casi arrancando a volar. Y yo, íntima y profundamente, no pude más que alegrarme por él, aunque fuera de mí de quien huyera.

martes, 21 de abril de 2009

superdotado

-¡¿No le regalarías también el collar?!
-Sí, y el anillo, y el ge-geranio...
A Marquitos, mi hijo, le cayó una buena bronca. Pero hace tiempo que me tiene tan preocupada... No puedo evitar ser un poco dura. Además es tan bueno, tan bondadoso... y no es que sea tonto, no, no, pero sí que le faltan algunas luces, mi pobre niño. Siempre he sabido que era muy sentido, que su almita estaba sedienta de belleza, y ahora sólo vive para ella, para Claudia.
A su padre no le gusta, pero mi niño sólo sabe mirar con el corazón y estoy convencida que, con él, es un superdotado.

martes, 7 de abril de 2009

perro

-¿Dónde está el perro?
-¿Qué perro?
–Pues… el perro.
–No sé de qué perro me hablas.
Pues no. Ni pisándome los talones, ni esperándome a la salida de mi despacho. Al parecer, Frufrú había desaparecido. Santo Dios, qué alivio.
Mi abuela murió hace 3 meses. Desde entonces, Frufrú, su adorado fox-terrier, no me ha dejado ni a sol ni a sombra. Lo molesto es que él también murió hace casi 10 años y sólo yo soy capaz de verlo. Maldita vieja chocha. Seguro que lo primero que hizo al llegar al otro barrio fue mandarme a Frufrú para hacerme sentir culpable. Vale que yo era su nieto preferido, y que a mí me encantaba pasar las tardes con ella o acompañarla a misa. Pero los años pasan y las personas cambian. Ahora soy uno de los candidatos a dirigir este banco y un perro fantasma y juguetón que me siga a todas partes es algo que no puedo permitirme. Ayer fui al cementerio, limpié su lápida, cambié las flores y puse una velita en la capilla de plástico. Y parece que ha funcionado. Hace prácticamente un día entero que no hay ni rastro de…
-¡Guau!

martes, 31 de marzo de 2009

volteretas

Cerré la puerta despacio, sin hacer ruido. Despejarme un poco, era lo que necesitaba, dar un paseo, fumar un cigarro, tranquilizarme. Lo que antes surgía a borbotones, casi más rápido que el pensamiento, ahora se atrancaba, se atascaba entre un sinfín de ideas que se disputaban entre sí el derecho a ser la primera, enarbolando argumentos que nunca me convencían. Necesitaba mirar hacia otro lado para encontrar algo que volviera a dar de comer a mi alma. Dentro de la habitación dejaba un cadáver aún caliente, un amor no correspondido, esperanzas a medio terminar, una vanidad muy incómoda y un folio en blanco.

viernes, 27 de marzo de 2009

esperar

Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños. Éstos protestaron y reclamaron a su madre, maniáticos como siempre con sus rutinas diarias. Hacía ya una semana que me había confesado su aventura con un tal Fernando y su necesidad de un poco de tiempo para aclarar sus sentimientos.
-¿Está con el señor gordo, feo y malo?
-Sí, pero pronto volverá. Ya verás...

Yo la odiaba. Pero lo de “no puedo vivir sin ti” se había convertido en algo más que poesía. Todo mi ser se resquebrajaba y se volvía transparente y mi camino se desdibujaba más y más. Apagué la luz y volví a nuestro cuarto, a esperar.

lunes, 16 de marzo de 2009

mirar

Nos revolvía el pelo con cara de contento, al igual que ahora hacía con sus hijos. Me encantaba verlo así, en su casa, en su jardín, tranquilo, relajado e irradiándome tanta energía como cuando nos daba clases particulares de matemáticas en casa de mis padres. Es todo lo que necesitaba para los días malos o en los que me sentía sola. Aparcar el coche a oscuras y observar su casa. Observarlo a él. Donde todo era feo y cruel en él era bueno y bello. No necesitaba más, sólo mirar y mirar.

gorra

En la puerta había una gorra negra. Como cada año. Como cada otoño. Una vez más ya sólo le quedaba recorrer pausadamente el paseo marítimo de regreso al coche. De regreso a casa. Deteniéndose de nuevo en los mismos lugares, ya familiares a fuerza de verlos, sin verlos. Mirando al mar. Blanca, todo cambiaba. Blanca significaba que ella volvía el espejo de su corazón hacia él. Que, al cabo de tantos otoños, podía dejar de esperar. Negra, significaba que quería seguir, un año más, con su marido.

viernes, 27 de febrero de 2009

la americana


La que siempre lucía antes de que los bombardeos acabasen con él. La americana verde. Ésa se la dejo a José Luis, el chico de Antonia. A mi sobrina Isabel me gustaría dejarle la bombilla del cuarto de baño y el reloj de péndulo, que aunque no funcione tiene su valor, porque cuando estuve en Barcelona con ella cuidó de mí pero me hacía pagar todas las medicinas. A Andrea, mi criada, la que estuvo siempre conmigo a pesar de que sus achaques eran mayores que los míos le dejo la casa y lo poco que contiene, para que disponga de ella como le venga en gana. Y ya está.

martes, 17 de febrero de 2009

cárcel

Él, lleno de rabia y de rencor sólo pensaba en el final, en el día en el que, volviendo la cabeza, pudiera contemplar desde lejos la cárcel que le había privado de mirar el mar, de sentir la arena bajo sus pies y de bailar y correr. De viajar, de visitar el país de sus abuelos y comprarse una casa allí, de encontrar una esposa, tener hijos y de vivir. Pero ya había llegado a su destino. Ser el alcaide de una prisión de alta seguridad sólo le daba permiso para soñar en el breve lapso de tiempo que pasaba en su coche todas las mañanas desde su casa hasta su trabajo.

lunes, 16 de febrero de 2009

errantes


Llevabas muerta cinco días cuando me encontraste, lo mío era diferente, ya habían pasado 300 años desde que fallecí. Había conocido a muchas como ella, tan confundidas y asustadas ante su propia muerte y su nuevo estado errante. Aunque sobre todo estabas llena de compasión, compasión por tus seres queridos ante la tristeza de haberte perdido tan prematuramente. Tenía muchas respuestas a tus preguntas, pero otras sólo las podía intuir. Por ejemplo, ahora ya te has ido y sigo sin saber en base a qué justicia unos teneis permiso para iros y otros continuamos aquí, errantes. Quizá tenga algo que ver con la compasión.

empezar


“Verdaderamente, una delicia para los sentidos, uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo.” La solapa del que hojeó en la librería era abundante en referencias como ésa, así que finalmente se decidió por él, también porque le pareció el tipo de libro que le podía ayudar, “se plantea cuestiones atemporales como la muerte o la soledad.”
Sin embargo, una vez en casa, apenas pudo pasar de las diez primeras páginas. Desde que ella murió todas las palabras le parecían viejas y gastadas, tan vacías de contenido.Sólo pudo suspirar y guardar el libro junto a tantos otros que empezó y permanecían inacabados, esperando que para él volviera a ser bonito leer. 


Publicado en "Miscelanea Literaria" nº 19, Ediciones Cardeñoso