martes, 31 de marzo de 2009

volteretas

Cerré la puerta despacio, sin hacer ruido. Despejarme un poco, era lo que necesitaba, dar un paseo, fumar un cigarro, tranquilizarme. Lo que antes surgía a borbotones, casi más rápido que el pensamiento, ahora se atrancaba, se atascaba entre un sinfín de ideas que se disputaban entre sí el derecho a ser la primera, enarbolando argumentos que nunca me convencían. Necesitaba mirar hacia otro lado para encontrar algo que volviera a dar de comer a mi alma. Dentro de la habitación dejaba un cadáver aún caliente, un amor no correspondido, esperanzas a medio terminar, una vanidad muy incómoda y un folio en blanco.

viernes, 27 de marzo de 2009

esperar

Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños. Éstos protestaron y reclamaron a su madre, maniáticos como siempre con sus rutinas diarias. Hacía ya una semana que me había confesado su aventura con un tal Fernando y su necesidad de un poco de tiempo para aclarar sus sentimientos.
-¿Está con el señor gordo, feo y malo?
-Sí, pero pronto volverá. Ya verás...

Yo la odiaba. Pero lo de “no puedo vivir sin ti” se había convertido en algo más que poesía. Todo mi ser se resquebrajaba y se volvía transparente y mi camino se desdibujaba más y más. Apagué la luz y volví a nuestro cuarto, a esperar.

lunes, 16 de marzo de 2009

mirar

Nos revolvía el pelo con cara de contento, al igual que ahora hacía con sus hijos. Me encantaba verlo así, en su casa, en su jardín, tranquilo, relajado e irradiándome tanta energía como cuando nos daba clases particulares de matemáticas en casa de mis padres. Es todo lo que necesitaba para los días malos o en los que me sentía sola. Aparcar el coche a oscuras y observar su casa. Observarlo a él. Donde todo era feo y cruel en él era bueno y bello. No necesitaba más, sólo mirar y mirar.

gorra

En la puerta había una gorra negra. Como cada año. Como cada otoño. Una vez más ya sólo le quedaba recorrer pausadamente el paseo marítimo de regreso al coche. De regreso a casa. Deteniéndose de nuevo en los mismos lugares, ya familiares a fuerza de verlos, sin verlos. Mirando al mar. Blanca, todo cambiaba. Blanca significaba que ella volvía el espejo de su corazón hacia él. Que, al cabo de tantos otoños, podía dejar de esperar. Negra, significaba que quería seguir, un año más, con su marido.