miércoles, 1 de junio de 2011

final

Es como ser una sala de conciertos. La más perfecta sala de conciertos, la de más perfecta resonancia, la de mejor acústica, la más equilibrada, en la que, en definitiva, mejor suenan las orquestas, más bellos suenan los instrumentos, en la que los directores ven representadas de la mejor forma sus creaciones. O, quizá, no siendo la mejor, sí ser una buena sala de conciertos, una en la que, quizá, puedas detectar resquicios de la música que no pudiste detectar en otras salas. Esa sala es feliz porque en su vientre se desarrolla el arte, porque la vida cobra vida dentro de ella, en las infinitas piruetas y laberínticas cabriolas que dan las siete notas para acariciar el alma, para despertarla, para jugar a ser vida. Esa sala es feliz por eso pero, quizá no se da cuenta de que no puede aspirar a nada más, de que ella sola no puede crear lo que tanto ama, lo que acoge en su seno con tanto regocijo, ella sola no puede crear la música, sólo recibirla, sólo darle cobijo y aumentar sus virtudes, amarla como a un hijo, como a un padre, como a un amante, pero nunca podrá llegar a parirla, nunca podrá hacer nada más que darle abrigo y calor. Darle amor.

Nunca, nunca podré ser un escritor.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Victoriana

A veces en mi casa recordaban a la tía Victoriana. Decían que tenía la enfermedad de las palabras. Yo me la imaginaba tendida en la cama atacada por grandes letras de molde. No entendía las explicaciones de mi padre. Contaba que, de la noche a la mañana, se dieron cuenta de que todas las palabras le resultaban vacías de contenido, viejas y gastadas, como la arena del desierto, como la vieja casa del Ayuntamiento. Decían que era muy peligroso andar por la vida sin entender palabra, mirando sin mirar, oyendo sin oír. Cosa del demonio, decían. Yo callaba. Prometí a la tía Victoriana guardar todos sus secretos.

jueves, 19 de mayo de 2011

Toca jotas

Toca jotas. Dos puntitos al medio y uno arriba a la derecha. Es fácil. Acuden juntos a clase. Lo que a ella le extraña es el interés de él por aprender. Nunca le ha gustado leer, ni el Marca siquiera. Ella sí, para ella es su pasión y no piensa abandonarla por haberse quedado ciega. En casa él tiene preparado un regalo para ella. Un punto de libro al que sólo le falta un pequeño detalle. Se concentra, no recuerda si guapa se escribe con “g” o con “j”. Se le ilumina el rostro. Ya está. Envuelve el punto de libro “Para la más vonita”, satisfecho.

viernes, 13 de mayo de 2011

mi ratón

Era una buena excusa para seguir vivo: mi pequeño ratón, el único amigo que hice aquí, en esta cárcel sombría, en estas cuatro paredes solo heridas por un ventanuco tan inalcanzable como mi libertad. 

Apareció de la nada. Me desperté y allí estaba, mirándome como si leyera mi alma, como si pudiera juzgar si yo era una buena persona o no, si merecía o no estar allí encerrado. Iba y venía cuando quería y yo contaba las horas, impaciente, entre sus visitas. 

Le quería. Era mi ratón.

Un día noté su llamada desde la puerta. Estaba abierta. No daba crédito. Seguí a mi ratón y él me guió por una cárcel, ahora desierta, hasta la salida. Mi ratón había emitido un veredicto. Eres inocente y aquí tienes la libertad. Lo miré y, en un movimiento apresurado, lo aplasté con mi pie. 

Volví a mi celda y cerré la puerta tras de mí. Te has equivocado, pequeño ratón. Soy culpable.

Ganador concurso semanal microrrelatos Cadena Ser Castellón

lunes, 9 de mayo de 2011

lost

Este gordo ocupa mucho lugar, murmuró una voz anónima; la barca no aguantará, aportó otra voz oculta, seguida de un creciente murmullo de aquiescencia. Ya se había lanzado la primera piedra, ya todos clavaban sus inquietos ojos, revueltos por el instinto, en el gordo Mateo que veía crecer su angustia al tiempo que metía tripa.

-¿Ya vuelves, hijo?
-Sí… Prefiero jugar aquí, con la arena.

miércoles, 4 de mayo de 2011

tormenta

En el fragor de la tormenta eléctrica, en la travesía del desierto repleto de maná yermo, en el lecho de muerte de su musa monosílaba, el escritor dejó sobre la mesilla de noche sus gafas ralladas y repletas de tachones y le dijo a su hija:

-Pero,¡mira que estás guapa con el pelo corto!

miércoles, 27 de abril de 2011

de sabores


Todos apretujados en aquel enorme congelador. De todos los sabores, de todos los colores. Abrió su mano y miró las monedas que le contemplaban desde su palma. Su boca se torció al hacer la cuenta, sintiendo sobre su coronilla la mirada impaciente del tendero.
-Bueno, ¿qué?
-No me llega.
-Pues aligera, que hay trabajo.
Protegiendo sus monedas y haciendo un mohín volvió a la trastienda a ordenar el género, a cargar cajas y a barrer el suelo. Mientras, su padre seguía atendiendo el negocio.

martes, 19 de abril de 2011

dentro

Un apuesto joven al que besó en los labios con dulzura, una casa de paredes encaladas con geranios en un diminuto balcón, un parto, un niño de piel blanca y ojos grandes y negros, un cachorro de pastor alemán, un anciano de tez cenicienta, frágil y sin vida en una enorme cama, un dibujo pegado a la nevera, una pelota en el jardín, un autobús de color celeste pálido, un bañador descolorido, unos dolores, una bata blanca; y otra; y otra, todas con una mirada esquiva. Un apuesto hombre al que besó en los labios con dulzura. Una luz.
Fue todo lo que encontraron cuando hicieron la autopsia.

viernes, 15 de abril de 2011

literatura hiperbreve (2ª entrega)

EL CULTURAL, propone semanalmente un concurso de literatura hiperbreve: contar una historia en 140 carácteres en relación a un tema propuesto. Aquí dejo algunas de mis propuestas. Hay una de ellas seleccionada. ¿Apuestas?

La Chimenea
Mi abuela es como una chimenea pero al revés. Traga humo sin parar y, todas las navidades, echa a mi abuelo de casa.

Escondió su diario en la chimenea, baldía desde hacía mucho. Por San Juan la resucitaron y, al calor de sus recuerdos, soñó en futuro.

Cuando algo señala al cielo, los necios miran a las chimeneas.

Los fantasmas de Sir Tim O'Theo y Patson deambulaban por Las Chimeneas tratando de comprender por qué ya no los leía nadie.

La sombra
Hartas de nosotros, mi sombra y la de mi mujer se van a pasear todos los domingos, bien enredaditas.

Sabía disimular muy bien, pero su sombra no podía evitar ruborizarse cada vez que ella se acercaba.

Los nativos aún aseguran que ven pasar a las sombras de los soldados, silbando marchas militares en un carrusel perpetuo.

A menudo se queda atrás, jugando con los perros, coqueteando con las flores, acariciando puestas de sol. Ella sabrá lo que hace.

Cuando menos se lo espera, le lanzo alguna flor o un caramelo. Valoro mucho la lealtad.

La gata
Mesándose los bigotes, don Ramón sopesaba con la mirada el torso desnudo y sudoroso de su jardinero. Satisfecho, ronroneaba quedamente.

La gatita deambulaba con delicadeza entre los cadáveres. A pesar de la ingente cantidad de comida algo entristecía su ánimo.

Ella es una gata patosa que siempre cae mal. Yo, un abogado decente, sin futuro y con bigotes. Yo la alimento y ella me lame las heridas.

Tenedor.

Desdentando tenedores canturreaba: “me quiere, no me quiere”

A Andrés le dieron el cambiazo y, al calentarla con el mechero, se derramó toda la muerte. Su ángel de la guarda era muy testarudo.


La jaula
Hundido en mi sillón de mimbre, a menudo me sorprendo contemplando con envidia el piar feliz de mi pareja de periquitos.

Nunca fui tan feliz como cuando viví enjaulado en el ritmo de tu respiración.

Atrapado tras el código de barras de una botella de aceite, aquel piojo contemplaba resignado, desde su alacena, lindas y jugosas cabecitas.

Esperaba con ansia los días de función. Donde más libre se sentía era en la jaula de los leones.

“Cadena perpetua a los violadores". Verónica escribió en la pared, con la tripa revuelta.

-¿Qué? ¿Los liberamos ya? -dijo el diablo desde su terraza con vistas a la Tierra.
-Déjalos un poquito más -contestó Dios.

 
El termómetro
Inconscientemente, todavía me encojo sobre mí mismo cuando mi mujer sacude al aire el termómetro.

Tras 40 años comprobando que su temperatura no variaba de los 36.5 no tuvo más remedio que reconocer que no tenía corazón.

La cigüeña
Marchó a la ciudad. Trabajó duro y triunfó. En vano mira a veces hacia arriba. No hay cigüeñas que aniden en rascacielos.

martes, 12 de abril de 2011

sara

Sara no había vivido demasiado. Eso pensaba ella. Aunque quizá eso fuera discutible. No era del todo consciente pero seguía sufriendo de una curiosidad irrompible por la naturaleza humana. Desde que era pequeña se dio cuenta que no era como la mayoría de la gente. Al menos en un sentido. Era incapaz de pasear por la calle y cruzarse con alguien y no mirarlo, no buscarle los ojos, no elucubrar una vida, una historia, no enamorarse o esperanzarse con que se enamoraran de ella. No entendía cómo lo hacía la gente, en general, cómo paseaba por la vida, por la calle, por las plazas, por el paseo, sin que el resto del mundo llamaran su atención, sólo mirando al suelo, o mirando al frente, como con un objetivo ya marcado antes de salir de casa. Sara lo pasaba mal en las aglomeraciones de gente, sobre todo por la saturación de información, por la información que era incapaz de asimilar. Saltaba de unos ojos a otros, de una cara a otra, de una vida a otra, de un amor a otro, de una esperanza a otra, de un recuerdo a otro, de una música a otra y, con frecuencia, ni siquiera oía lo que le decían los que la acompañaban, tan abstraída estaba en la vida que le rodeaba. Un día Sara fue más rápida que su igual, un hombre en el que reconoció su misma naturaleza, curiosa, humanista casi. Le sorprendió con el mismo baile de miradas, pero desde lejos, antes de ser descubierta. No intentó atraer su atención. No se cruzaron sus miradas. Le observó durante unos minutos, su caminar, sus gestos y, finalmente, lo perdió. Pero Sara se sintió, ese día, acompañada. Y, a sus 80 años, era un sentimiento nuevo y dulce.

viernes, 8 de abril de 2011

ella

Ella sabrá lo que hace. Si quiere sentirse desgraciada es su problema, no quiero saber nada. Allá ella si no quiere luchar, si se rinde, si todo puede con ella. Mi cara seguirá sonriendo, mis maneras seguirán siendo impecables. Ni a través de mis ojos podrá nadie ver mi alma. Menuda perdedora.

martes, 5 de abril de 2011

el pintor

En casa teníamos una estufa. Una de esas antiguas. Grandota, de metal, con un gran tubo que llegaba casi hasta el techo. Nunca la vi en marcha. De hecho, de estufa sólo tenía el nombre, para mi era el garaje de mis pequeños cochecitos de metal; para mi hermano era el escondite de sus cigarrillos; para mi padre un adorno estupendo; para mi madre un trasto que siempre estaba sucio; para mi abuela era también algo, pero no sabría decir el qué. Aunque debía de ser importante porque se podía pasar horas mirándola, y su cara era la viva imagen de la felicidad. Yo creía que le recordaba al abuelo; mi hermano pensaba que a su juventud; mi padre opinaba que a los años en los que trabajó en la fábrica y mi madre que simplemente le había cogido cariño a la dichosa estufa, como se lo hubiera podido tomar a la mesa de la plancha. 

Yo quería mucho a mi abuela, y el corazón me dio un vuelco cuando, un día, al volver del colegio, en lugar de la vieja estufa se erguía, orgullosa, una lámpara de pie. De diseño. Fue imposible consolarla. A mi abuela, digo. Yo le decía que se la habían llevado a reparar y que pronto la traerían; mi hermano que, en el fondo, una lámpara de diseño era casi lo mismo que una estufa decimonónica; mi padre que aquella lámpara tan bonita debía alegrarle la vida a cualquiera. Y mi madre que dónde iba a parar, lo rápido que se podía limpiar ahora. 

Y así comenzó mi carrera de pintor. Hasta que no logré plasmar una copia exacta de la vieja estufa y ver sonreír de nuevo a mi abuela no descansé. Y hoy he tenido que pintar al óleo el rostro de mi padre, para que ella lo vea en el rincón de la estufa, entre el retrato de mi madre y el de mi hermano; y así mi abuela no tenga que ir perdiendo otra vez su sonrisa porque el tiempo pasa y las cosas no siguen en su sitio.

jueves, 31 de marzo de 2011

cosas de viejos

Tomás y Honorio se habían odiado profundamente durante toda su vida. Desde su primera pelea en el jardín de infancia, pasando por el colegio y la universidad, la empresa textil y sus matrimonios idénticos, hasta la residencia de ancianos en la que pareciera que únicamente pugnaban por aguantar con vida un segundo más que su adversario.

Tomás era de costumbres fijas. Todos los días se daba un paseo por el parque. Honorio también, todos los días lo seguía a no mucha distancia, como esperando que un resbalón o un rayo perdido acabara con su enemigo. Aquél día, unos jóvenes sin escrúpulos decidieron divertirse con Tomás. Le acercaron una navaja al pecho y le amenazaron. No vieron venir a Honorio ni a la lluvia de bastonazos con la que los dos ancianos la emprendieron y que les obligó a huir. Honorio y Tomás se miraron con interés y, sintiéndose algo más grandes que los reyes del mundo, regresaron lentamente. Al día siguiente salieron juntos a dar el paseo. Tenían mucho de qué hablar.

Seleccionado para su publicación en el I Premio de microrrelatos temáticos Hipálage

viernes, 25 de marzo de 2011

El torreón

Había alguien en el Torreón del Baño de la Cava. Era un pedazo de mi mismo que volvía siempre en primavera, cuando el Tajo venía más crecido, cuando desde su ventanuco uno podía quedarse ensimismado viendo su corriente, como mirando las olas del mar. Como cuando hace veinte años subíamos allí a jugar los muchachos del barrio de San Martín. Tú, siempre con grandes voces, con la vida rebosando por tus poros, me arrastrabas. Nos arrastrabas a todos. Aquel día en el Torreón comprendí que te quería más de lo normal. Lo comprendí porque os fuisteis todos y yo me quedé allí, llorando porque te reíste de mí. También comprendí que te irías de mi lado, que debía guardarte en secreto. A ti y al hecho de que te quisiera tanto. Lloré mi miedo a ser diferente a los otros niños. El miedo vino conmigo pero te lloré tanto que dejé parte de mí allí. Y siempre que paseo con mi mujer me veo entre las brumas, asomado al ventanuco.

martes, 22 de marzo de 2011

habitaciones

Era una habitación a oscuras. Si te fijabas bien, muy bien, podías deducir que se trataba de la habitación de un niño. Algún muñeco de peluche, libros infantiles, un póster colorido en la cabecera. Si bien, había algo que no cuadraba demasiado: la habitación estaba completamente ordenada, como una foto de un catálogo, como una biblioteca. En una silla junto a la cama, un pantalón y una camisa doblados minuciosamente y, sobre ellos, un diminuto reloj luminoso que celebró su paso de las 7:29 a las 7:30 ruidosamente. En poco más de 30 segundos, Fernando ya se había incorporado, había levantado la persiana, comprobado si llovía en el naciente día y salido al pasillo dirección al baño. Era un muchachote fornido, con tendencia a engordar, pelo corto, ojos inexpresivos y cara cuadrada. Mientras desayunaba repasaba mentalmente todo lo que tenía por delante en el día. Acabó, fregó el vaso y el cazo en el que había calentado la leche y, a las 8 en punto ya estaba frente a la puerta de su domicilio y, también, frente al único momento de vacilación que, día tras día, se repetía en su ordenada monotonía. Volvió sobre sus pasos y llamó a una puerta cerrada. Esperó unos instantes y entró con cuidado. Era otra habitación a oscuras. No hacía falta fijarse demasiado bien para comprobar que era una habitación de un adulto. Marcos con fotos familiares, cuadros figurativos, un joyero. Si bien, había algo que no cuadraba demasiado: la habitación estaba completamente desordenada, como una chabola, como la habitación de un niño. En una silla junto a la cama, una botella medio vacía y un vaso medio lleno. Una mano surgía del bulto cubierto de mantas que dormía en la cama. Fernando se acercó sigilosamente, destapó un poco el bulto hasta que asomó una cabeza despeinada. La besó.

-Buenos días, mamá.

Tras unos instantes, Fernando dio media vuelta y salió con cuidado de la habitación a oscuras.

martes, 15 de marzo de 2011

Paraíso

Hace mucho, mucho tiempo, Dios creó la tierra, creó el cielo, creó el agua y los mares, creó a los animales y a las plantas, creó al hombre y a la mujer y, dándoles el paraíso les dijo: “Ea, ¡a vivir que son dos días!”.

Muchos años más tarde Dios vino de visita con su mujer a la Tierra y comprobó, apenado, que el paraíso había sido asfaltado y que los humanos se tomaban las cosas mucho más en serio de lo que a Él le hubiera gustado.

Ganador concurso semanal microrrelatos Cadena Ser Castellón

viernes, 11 de marzo de 2011

su hoguera

Alfonso miraba por la ventana de su caravana. El límite de la ciudad lo marcaba aquel bloque de cemento, aquel edificio de viviendas repleto de graffitis. Poco después comenzaba el vertedero y, entre los dos, su caravana. No se podía quejar, los pandilleros le respetaban y las abuelas le llevaban comida. En su menú no faltaba de nada. A veces le preguntaban. Querían saber, pero Alfonso nunca supo explicar cuál fue la clave de su decisión. Dos años atrás sintió la perentoria necesidad de prender una gran hoguera de las vanidades con su vida. Dejar sus casas, sus coches, sus trajes. Dejar todo fuera de su caravana. Todo menos su profesión. La abogacía se salvó de la quema. Y en dos horas se dictaba sentencia en un importante pleito. ¿Qué haría con la comisión si ganaba? Lo tenía claro. Les compraría pinturas a los pandilleros y electrodomésticos a las abuelas.

domingo, 6 de marzo de 2011

Juliana


Juliana retomó el camino a casa, enfadada consigo misma. Sus pasos eran rápidos, su cabeza gacha. Parloteaba por lo bajo y, en ocasiones, movía las manos, como si éstas quisieran gesticular pero no acabaran de atreverse. Se cruzó con alguna gente a la que no quiso mirar directamente para no verse en la obligación de saludarla. Ni pensar en detenerse a hablar con algún conocido que exigiera más que un breve movimiento de cabeza. Seguro que todavía quedaban de esos. De conocidos que todavía no debían saber que se había vuelto loca. Conocidos que le preguntarían con naturalidad sobre su vida, sobre su casa, sobre su salud. Conocidos que todavía querían jugar a la pantomima. Tan irreales, tan artificiales como actores de Kabuki. 

Sin embargo, Juliana se arrepintió de haber pensado así, de haberse tratado como loca. Sintió un pequeño arrebato de autocompasión y sus ojos se llenaron de lágrimas. Las dejó hacer. Su visión se volvió borrosa pero se esforzó por no parpadear, como obligándose a una cierta penitencia. Sus piernas hicieron su trabajo y la llevaron, ajenas a las elucubraciones de Juliana, hasta su casa. Allí, dentro, Juliana dio rienda suelta a las urgencias de su interior. Su voz ronca parloteó como no se atrevía a hacerlo en la calle, sus manos completaban los movimientos que habían quedado incompletos y sus ojos, libres ya de lágrimas, relampagueaban, ora de tristeza, ora de furia, ahora de pena, ahora de desolación.

Era todos los días igual. Más o menos a la misma hora. La hora en la que volvía de su búsqueda, la hora a la que ya se había rendido y ya todo le molestaba, la hora en la que vivía en un permanente síndrome de abstinencia. La hora en que le molestaba su cuerpo, le molestaba su casa, le molestaba su soledad, los colores de sus paredes, sus trastos de siempre, los trastos intrusos, sus viejas fotografías, sus viejos recuerdos, su viejo reflejo en el espejo. Le molestaba su corazón, al que veía viejo y gastado, como un hueso amarillo, como un viejo egoísta. Le molestaba no sentir el calor que sentía, invariablemente, todas las mañanas. Entonces, la esperanza por encontrar aquello que estaba buscando le borraba todos los malos recuerdos, la ponía de pie, le estiraba la piel, le iluminaba los ojos, la hacía más bella, a ella y a su ropa, a ella y a su mundo.

Pero, por las noches, todo le parecía de nuevo fútil, vacío y, lo único que deseaba, era dormir, olvidarse de todo hasta el día siguiente. En vano acudió a su cabeza cierta lucidez, cierta conciencia del reloj de arena en el que se había convertido su vida, de cómo comenzaba el día repleto, de cómo perdía sin remedio granos y granos de energía, de cómo acababa sus días, vacíos. De cómo alguna mano invisible daba la vuelta, invariablemente, cada día, a su reloj de arena para que, al despertar, estuviera de nuevo repleto. Se daba cuenta de que estaba perdiendo la cabeza, que debía serenarse, debía calmar su ánimo, convertirlo en una playa serena, utilizar esa arena de otra manera, no dejándola a merced de la gravedad. Pero, lo que más pánico le daba era que una mañana se despertara y que, al que se encargaba de darle la vuelta a su reloj le hubiera pasado algo. Que se despertara tan vacía como había quedado la noche anterior.

Algo la distrajo. Oyó un gato maullar. Reconoció el maullido. De algún cachorro. De hambre. O, más bien, de llamada. Habría perdido a su madre. Agudizó su oído. Salió de la casa, siguiendo el sonido. No lo soportaba. Nunca había podido soportar ese sonido. Al poco lo encontró, al gatito. Se dejó coger sin miedo, pero no dejó de maullar. Era un cachorro de pocos días. Nunca había soportado ese sonido. Le causaba más ternura que el llanto de un bebé. No podía evitarlo. Lo llevó a su casa y lo pegó a su cuerpo. Le dio calor, le calentó leche. El gatito pronto ronroneó y se durmió, pegado al vientre de Juliana. Ella quedó en vela toda la noche.

jueves, 3 de marzo de 2011

Cuenta 140 (La caña)

Miró el fondo de su vaso, contrariado. Se dio cuenta, demasiado tarde, de que los males de los que se había olvidado eran todo lo que tenía.

Ganador concurso microrrelatos Cuenta 140 de El Cultural

miércoles, 23 de febrero de 2011

Hace tiempo encontré...


La editorial SM, con motivo de la celebración de la 33ª edición de los Premios de Literatura Infantil y Juvenil El Barco de Vapor y Gran Angular, pone en marcha la segunda edición del Concurso de Microrrelatos SMs.

En 160 caracteres como máximo y con la frase de inicio "Hace tiempo encontré..."

Espejos
Hace tiempo encontré… una especie de espejo que me reflejaba bonito. Yo me miraba feo y el espejo me devolvía bonito. No te hablo de amor, pero no quiero dejar de presumir en tus ojos.

Mi gato
Hace tiempo encontré… un gato andrajoso que ni maullar sabía. Lo adopté y le enseñé a hacer reverencias en francés. Ayer se fugó con un viejo analfabeto de manos grandes y suaves.

Niñato
Hace tiempo encontré… un niño de pelo negro que me miraba, como retándome. Sin hablar ni pestañear. Riendo, entregué mi fusil y me fui con él a jugar.

Maleducada
Hace tiempo encontré… mi alma tirada por el suelo, borracha, insultándome a voz en grito. Imposible razonar con ella. Tomé un caramelo contra el mal aliento y la dejé allí. Tirada.

Aventureras
Hace tiempo encontré… a mis gafas de sol mirando nostálgicas al horizonte. Al final comprendí su desconsuelo. Esta noche me las pondré para que, por fin, puedan ver la luna.

jueves, 17 de febrero de 2011

Idilio


-Perdona, ¿qué dijiste?
-Dame más vueltas morenita.
-¿Cómo?
-Nada...
-¿Qué estás leyendo?
-Nada.
-Va, ¿qué lees?
-Cosas.
-Ya.
Giró la cabeza, agachó el cuerpo, tratando de leer la portada del libro.
-An-to-lo-gía... ¿Antología?
Ella dejó caer el libro, abierto como lo tenía, sobre sus rodillas, ocultando la portada. Estaba sentada en el suelo, apoyada contra el armario. Su cabeza se reflejaba en el espejo por detrás, su cabello, su nuca, sus orejas.
Él giró sobre sí mismo, hizo rodar su silla de ruedas, volvió a apoyarse sobre su escritorio. Trató de concentrarse. O de parecer concentrado, leía una y otra vez “en el seno de una familia de posición económica desahogada, el 5 de junio de 1898.” sin entender.
-Ten cuidado con mis hojitas.
-¿Qué?
-Nada.
-Buf.
La miró, ella sonreía ahora.
-Deberías estudiar algo –dijo él.
-Estoy estudiando.
Siguió leyendo, sentada en el suelo. Su cabeza se reflejaba en el espejo del armario. Su cabello, su nuca, sus orejas.
Él respiró profundamente, como si llevara con paciencia una enorme carga. Movió el ratón de su ordenador, buscó la carpeta de música.
-¿Quieres que ponga música?
-Dame más vueltas alrededor.
-Me estás tomando el pelo.
Volvió a mirarla, temiendo realmente que se estuviera mofando de él. Ella volvió a sonreírle, sin levantar la cabeza, sólo los ojos.
Él notó algo, hizo rodar su silla hacia la puerta. Ella le siguió con la mirada.
-¿Dónde vas?
-Al baño.
Salió. Ella echó su cabeza hacia atrás. Pegándose a su reflejo. Cabello con cabello, nuca con nuca, orejas con orejas. Miró al techo. Qué bonito era. Cerró los ojos y murmuró:
-Jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera.

lunes, 14 de febrero de 2011

literatura hiperbreve

EL CULTURAL, propone semanalmente un concurso de literatura hiperbreve: contar una historia en 140 carácteres en relación a un tema propuesto. Aquí dejo algunas de mis propuestas (ninguna seleccionada).

San Valentín

Aquella viuda acudía a todos los velatorios. Entre las ropas de los difuntos escondía una margarita. Regalos para su amado en el cielo.

-Y a mí, ¿quién me querrá? -pensó, inquieto, sin soltar su arco y sus flechas.

No veas lo que lloró aquella solterona cuando se le murió su plantita. ¿Qué se puede esperar de alguien que llama "Valentino" a su geranio?

Armado con mi ramo de rosas reparto amor a 1 euro todas las noches. Soy Ahmed. El San Valentín de tu discoteca.

 
Peluquerías
María lloraba desconsolada.
-Mira que te lo dije pero tú, ni caso. Si es que, ¿cómo no te iban crucificar con los pelos que me llevabas?

Hijo y nieto de peluquero, Pelonio Barbero Sevilla retó a su destino y montó una inmobiliaria. Sus antepasados aún ríen en sus tumbas.

Admitió que su talento natural no era el que él hubiera deseado. A cambio, en su revistero sólo podías encontrar obras de Dostoievski.

Cuando salió ya no sufría por su amor. Dejó sus recuerdos cadáver, descuartizados sobre el suelo de la peluquería.

Tu olor me hace llorar a gritos. Pero mis cabellos de cisne y mi corazón de fieltro necesitan sanearse un par de veces al año.


Estufa
Se acunaba fantaseando con una enorme estufa en la que ardían todos los papeles de su gris oficina. Y todos sus compañeros. Menos Raquel.

En casa sólo teníamos una estufa. Una de esas antiguas, de metal. Pero muy esmirriada. Con razón Papá Noel nunca pasó a dejarnos regalos.


El humo
Entendía su talento como una maldición física. Necesitaba hacer sonar su chimenea si no quería que sus calderas explotaran de historias.



Rebajas
Cuando mamá dijo que íbamos al centro comercial, mi hermanita se alegró. Mientras pedíamos en la puerta, ella jugaba a las tiendecitas.

El crítico gastronómico más feroz y temido de la capital, cuando iba al pueblo siempre decía: -Qué bueno está, mamá.


Carbón
Cada Reyes le dejaba dos pedazos de carbón sobre su tumba. Cada 1 de noviembre recibía un ramo de rosas negras. Como siempre, sin tarjeta.

Era un maniático del orden. Tras la nicotina, alquitrán. Por último, monóxido de carbono. El caos sólo salía de su vida en forma de humo.

Mi futuro es tan negro como, ay, el color de tus ojos.

  
Los santos inocentes 

Encontraron un monigote de papel sucio entre la basura. Fue el mejor de los juguetes para los niños del vertedero.

La Lotería
-¿Qué hace un número como tú en un sorteo como éste? -dijo la niña despectiva.


martes, 8 de febrero de 2011

bullying

-No te preocupes mi niño. Tienes que hacer como si no los oyeras.
-…
-A ver, ¿qué te dijeron ayer?
-Se ríen de mí. Dicen que soy un monaguillo que huele a sardinas.
-¿A sardinas? Valiente tontería. Hazme caso, si no les sigues la corriente te dejarán en paz.
-Pero eso es casi peor. Es que no tengo ni un amigo.
-Los amigos vendrán. Si eres paciente todo se arreglará.
-¿De verdad?
-Claro que sí. Venga, date prisa que hoy tenemos interrogatorio a las 9.

El Sr. Honorio, juez de primera instancia, suspiró. La luz de cocina de su piso de soltero parpadeaba. Se levantó y guardó la lata de sardinas de su desayuno en la nevera. Tomó su paraguas y salió, rumbo a los tribunales. Como en los últimos 15 años. En la pechera de su camisa, junto a unas manchas de aceite, descansaba, rebelde, alguna miga de pan.

domingo, 30 de enero de 2011

aurora

Les presento a Aurora, Subsecretaria Judicial, la chica más anodina de los Juzgados. Aurora hizo un pacto con el diablo. Tenía ya muy gastado el banquillo de la vida y agotados los buenos propósitos y su recta forma de vivir. El sabor de su profesionalidad era como agua con gaseosa en su boca. Dejó su casa y entró en el Hotel del Vértigo. Se enamoró de asesinos, de jueces, de políticos. Sus pies apenas tocaban el suelo. Sus ojos eran del color de las enredaderas. Los que la abrazaban temblaban de miedo. Los que temblaban de miedo la abrazaban. Mientras, en su recibo aguardaba pacientemente su vida anterior. Cuando Aurora flanqueó la puerta, su vida anterior se llevó las manos a la cabeza. Aurora pidió perdón, el diablo devolvió su alma y todo volvió a ser como antes. Aurora, Subsecretaria Judicial. La mujer más deseada de los Juzgados.

Seleccionado III Concurso Microrrelatos sobre Abogados

lunes, 24 de enero de 2011

rebajas (II)

Era un trenecito de plástico nada atractivo. Demasiado viejo para serlo a los ojos de cualquier niño tecnológico y demasiado nuevo para serlo a los ojos de cualquier adulto nostálgico. Pasaban las campañas de navidad, las ofertas, las rebajas más agresivas y, año tras año, resistía en su estantería. Casi nunca nadie reparaba en él y si algún despistado lo hacía el trenecito arrugaba el morro o dejaba caer alguna de sus piezas para disuadir al posible comprador. Quería quedarse donde estaba, en la vieja tienda de juguetes. Los juguetes también necesitan juguetes con los que jugar y a él le encantaba que por la noche montaran en sus pequeños vagones las muñecas, los unicornios y los soldados y viajar juntos hasta el infinito. Y más allá.

Co-ganador Concurso Microrrelatos Cadena Ser Castellón (tema: Rebajas)

viernes, 14 de enero de 2011

Pedro Esperanza

Nadie en varios kilómetros a la redonda sabría decir su nombre, simplemente apareció una buena mañana de febrero, tiritando de frío, medio desnudo, apretujado contra el muro del granero. No hablaba, pero padre le dio algo caliente que comer y un techo donde dormir. También le enseñó a ordeñar las vacas, a limpiar los establos, a esquilar a las ovejas. Trabajaba duro y, a veces, sonreía. Padre no lo hubiera reconocido nunca, pero le había tomado cariño. Y yo también. Un día llegó un coche, un matrimonio, gente de bien, hablaron con padre, movían mucho la cabeza. Padre señaló al granero y caminaron hacía allí, el matrimonio con prisa, padre con pereza, todos a la misma velocidad. Quise avisarle pero no me dio tiempo. Se lo llevaron. Se llama Pedro. Me lo dijo, bajito, al oído.

martes, 11 de enero de 2011

rebajas

Hoy es 7 de enero. Hace frío, aunque el año pasado fue peor. Entonces Nerea pilló una pulmonía o algo así. Nerea es mi hermana pequeña. Es una niña increíble, listísima y graciosa a más no poder. A veces es pesada con ganas pero la verdad es que se me cae la baba con ella. Deberían conocerla, de veras. Hoy se ha acordado de que empiezan las rebajas y ha querido que jugáramos a las compras. Se lo pasa bomba. Cuando mamá ha dicho que era hora de ir al Centro Comercial se ha animado una barbaridad. Así, mientras nosotros pedimos limosna en la puerta ella puede seguir jugando delante de los escaparates.

viernes, 7 de enero de 2011

Terapia de pareja


Supongo que todo es una cuestión de vocación. Cuando es muy fuerte es inútil luchar contra ella. Estudié Derecho, pero por encima. Dedicaba mis ratos libres y liberados a todo lo que tuviera que ver con la Psicología. Me hice abogada matrimonialista y, por inercia, monté un despacho especializado del que lo único que me gustaba era el color mandarina de las paredes, la plaquita que puse en la columna de entrada y el tañer lejano de las campanas. Una pena. Para colmo, el primer matrimonio que vino a formalizar su divorcio presentaba un claro cuadro de exceso de expectativas en la pareja que solucioné en un par de sesiones. Ya han pasado unos años y de mi despacho todavía no ha salido ningún divorciado. Pero no tengo problemas con los vencimientos de las facturas. Las personas reconciliadas con el amor y con su pareja son enormemente agradecidas. Y generosas.

Seleccionado III Concurso Microrrelatos sobre Abogados