martes, 17 de febrero de 2009

cárcel

Él, lleno de rabia y de rencor sólo pensaba en el final, en el día en el que, volviendo la cabeza, pudiera contemplar desde lejos la cárcel que le había privado de mirar el mar, de sentir la arena bajo sus pies y de bailar y correr. De viajar, de visitar el país de sus abuelos y comprarse una casa allí, de encontrar una esposa, tener hijos y de vivir. Pero ya había llegado a su destino. Ser el alcaide de una prisión de alta seguridad sólo le daba permiso para soñar en el breve lapso de tiempo que pasaba en su coche todas las mañanas desde su casa hasta su trabajo.

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