A veces en mi casa recordaban a la tía Victoriana. Decían que tenía la enfermedad de las palabras. Yo me la imaginaba tendida en la cama atacada por grandes letras de molde. No entendía las explicaciones de mi padre. Contaba que, de la noche a la mañana, se dieron cuenta de que todas las palabras le resultaban vacías de contenido, viejas y gastadas, como la arena del desierto, como la vieja casa del Ayuntamiento. Decían que era muy peligroso andar por la vida sin entender palabra, mirando sin mirar, oyendo sin oír. Cosa del demonio, decían. Yo callaba. Prometí a la tía Victoriana guardar todos sus secretos.
miércoles, 25 de mayo de 2011
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Bonita promesa y bonito relato. Cuando no merece la pena, mejor se está calladito. Podríamos guardar en un cofre las palabras, igual mejórabamos el mundo y diríamos menos sandeces, ¿no crees?
ResponderEliminarBesicos muchos.
Menos mal que la tía Victoriana tiene quien le guarde los secretos. Se me quedan dudas con el relato pero están bien, interpretación libre.
ResponderEliminarAbrazos
A mi me pas como a Ana , me dejas con preguntas. Pero eso es bueno, las papillas son para los bebés...
ResponderEliminarMe gustó mucho. Muy tierno. Y a lo mejor no necesita palabras, pero sólo él sabe mirar a los ojos.
ResponderEliminarCoincido con Cybr. Además destaco esta metáfora: "viejas y gastadas como la arena del desierto". Me parece un hermoso acierto.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
PABLO GONZ
-La casa: Y sí. Todos tendríamos que tener un cofre donde guardemos las palabras verdaderas...
ResponderEliminar-Anita y Fernando: Más de una vez empiezo un relato que no sé cómo va a terminar. A veces le encuentro uno, a veces no, a veces despeja dudas y otras más bien las plantea...
-Cybrghost: También coincido contigo. Si quería darle algún significado al escrito, era algo muy parecido a lo que tú aventuras.
-Pablo: Me alegra que te guste la metáfora, aunque juraría que la he plagiado de algún rincón...
A todos un abrazo muy agradecido y especial.