martes, 9 de noviembre de 2010

su norte

−No me creo que llames desde El Bonillo.

−Sí, papá, ¿desde dónde quieres que llame?
−Pero entonces… ¿ya has vuelto de la guerra?
−Nunca he estado en la guerra, papá, el que estuvo fuiste tú, no yo.
−Vaya, se lo tengo que decir a tu madre, estaba muy preocupada, la pobre.
Con su padre siempre es lo mismo, hace años que es así, Antonio ya está acostumbrado a su particular senilidad, al calidoscopio de recuerdos y olvidos que construye y derriba cada día en su cabeza. Su madre cuida de él y es la que mejor le ha enseñado a tomarse con sentido del humor su progresivo desdibujamiento. Siempre quiso ser enfermera y encontró en la enfermedad de su padre una piedra de toque que, paradójicamente, acabó por acercarla más a él. Su vocación fue superior a cualquiera de sus sueños, que los tenía, que compartió con Antonio y de los que su padre nunca llegó a percatarse. Dejar El Bonillo, volver a su Barcelona natal, abandonar a su padre. Hoy los ve felices. Los ojos de su madre rebosan energía y vitalidad y su padre nunca hubiera podido resistir vivir sin ella.
−¿Le has comprado algo a tu madre para su cumpleaños?
−Claro papá, nunca se me olvida. Hala, cuelga y nos vemos en un rato.
Durante la comida familiar su padre le dirige miradas cada vez más hurañas.
−Hay que ver lo que traga este electricista. A ver cuándo se pone ya usted a trabajar.
Los hijos de Antonio no tienen reparo en tomárselo a risa.
−Dí que sí abuelo, este hombre no da un palo al agua.
Pasó el rato, llegó la hora de irse, los hijos de Antonio plasmaban besos rápidos en las mejillas de sus abuelos. Antonio paseó su mirada por las viejas fotografías que superpoblaban el aparador. En una de ellas aparecía su padre en su época de actor. Se le vuelve a pasar por la cabeza lo paradójico de la situación, el hecho de que la enfermedad de su padre fuera lo que, finalmente, impidió que su madre lo abandonara, cómo algo a priori cargado de tristeza había aportado felicidad a ese hogar, cómo algo que separaba por naturaleza había llegado a unirlos de nuevo.
Antonio sale a la calle acompañado de sus hijos y de su madre. El más pequeño de ellos vuelve a recoger una chaqueta olvidada.
−Lo del electricista ha estado bien, abuelo –le dice al oído al padre de Antonio.
Él no dice nada, no le mira. Sólo se sonríe.

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