lunes, 7 de septiembre de 2009

sepultureros (y III)

Mario era el hijo del lechero, un muchacho enclenque del que Alba María cayó enamorada. Era huérfano de madre y su padre nunca se había preocupado demasiado de él, bienpensando que los hijos se crían prácticamente solos con un poco de pan con leche y unos pocos estudios. Su estrafalaria, aunque inconsciente, forma de vestir y su forma callada de caminar llamaron la atención de Alba María, su aire tranquilo, un rostro hermoso y una mirada bondadosa hicieron el resto. Se enamoraron como se enamoran los jóvenes y se querían como se quieren los ancianos. Todas las tardes oían el timbre de la bicicleta del hijo del lechero y todas las noches volvía Alba María con los ojos todavía más iluminados y con la vida rebosando por todos los poros. Todas las tardes él se quedaba recelando, inquieto y paseando por el cementerio como una fiera enjaulada y todas las noches, cuando ella volvía parecía como si le volvieran a dar permiso para respirar y quedar tranquilo.
A Mario lo hirieron un día, en una tarde como cualquier otra, montado en su bicicleta camino del cementerio, pedaleando todo lo rápido que sus piernas le permitían, un coche forastero lo arroyó y, sin mirar atrás, se dio a la fuga, dejando al hijo del lechero inmóvil sobre el camino, a apenas 300 metros de su destino, con apenas un hilo de vida que él, con los ojos muy abiertos y solo pensando en Alba María, se resistía y resistía a soltar.
Pasó la tarde y nadie pasó por el camino hasta que, entre sus lágrimas, Mario lo vio a él, al enorme hermano de Alba María, al hijo del sepulturero, a aquel gigantón triste que lo miraba torvamente siempre que la iba a recoger y que ahora lo recogía del suelo como si fuera una bolsa de trapos. Aguantó el dolor hasta que llegaron al cementerio y pudo ver a la otra mitad de su corazón, tan rota como él, corriendo a su encuentro. Después, cayó.
Cuando despertó volvió a verlo a él, al gigante triste, estaban los dos solos en una habitación oscura, si bien había una tercera persona que no alcanzaba a distinguir con claridad, como si fuera alguien desenfocado. También los oyó hablar, aunque la boca del hermano de Alba María seguía tan cerrada como siempre. Le gustó el sonido de su voz, suave, cálida y reconfortante, pero también firme y decidida. Nunca antes le había escuchado hablar y aunque no entendía nada de lo que decían, se sentía cada vez mejor, no se preguntó nada, ni dónde estaba, ni quién era la tercera persona ni por qué, cada vez que la miraba, parecía como si cayera una lluvia sobre sus ojos, ni siquiera se preocupó de no encontrar a Alba María a su lado. Confiado y tranquilo, volvió a cerrar los ojos y durmió.
Sus padres no lo habían educado para odiar, y él no podía soportar ver cómo su hermana se moría por dentro tan rápido como se estaba muriendo Mario. Como otras tantas veces hiciera con Alba María, lo veló durante varios días seguidos, manteniéndose despierto, a la espera de que llegara ella, la muerte, para intentar convencerla de no llevarse esa vida consigo. A la parca no le sorprendió demasiado encontrarlo allí, durante los últimos años, siempre que había pasado por la casa del sepulturero de aquél pueblo perdido, allí se encontraba con aquel chico que nunca parecía dejar de crecer, que le miraba fijamente y le hablaba con dulzura. No era el único, pero a él en particular le había tomado cariño, harta como estaba de brujas escandalosas y espiritistas grandilocuentes. Una y otra vez a lo largo de los años y allí, en su propio terreno, en un cementerio, se dejaba vencer y convencer por aquél extraño muchacho, apiadándose de su tristeza y sin llevarse a la única que lo parecía iluminar, Alba María. Y aunque aquella vez era diferente, aunque a aquel muchacho enclenque no lo conociera de nada y sus heridas fueran mortales de necesidad, también aquella vez se marchó sin lo que había ido a buscar.
Pero partió contenta de haber vuelto a ver al hijo del sepulturero.

2 comentarios:

  1. siempre logras mantenerme atento hasta el final, es increible esta tercera entrega, tan increible como el disco de the beatles que estoy escuchando mientras leo tu blog, despertas en mi mucha inspiracion y admiracion hacia vos.. mi amigo del otro lado del charco....se podria escribir algo sobre eso.

    Bueno te cuento un poco de mi, acabo de llegar de rendir 2 examenes y me preparo para la semana que viene que se viene un catalogado como de puta madre por lo dificil, jajaja

    Gracias por hacer volar la imaginacion...

    y ya veremos como hacemos para llegar a mas personas pero plasmando lo nuestro en papel...

    mientras tanto seguire mirando a la parca para que pase de largo, aunque como decia Jim Morrinson, es bueno por ahi tocarle un muslo y que la muerte te sonria.... pero a veces se paga.... mientras tanto quiero vivir mas vida

    un abrazo----

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  2. Muchas gracias otra vez, me alegra muchísimo que te haya gustado.
    Ya poco a poco me voy haciendo ilusiones con "nuestro cadaver exquisito", como lo llamaste, por entonces vamos acumulando granito a granito ; )
    Mucha suerte esta semana con lo que te viene encima. Yo ya pronto empiezo el 8º y espero que último año...!
    Sí, a veces se paga tocarle un muslo a la parca. Mientras tanto, que te sonría mucho mucho la vida. Y un abrazo muy grande que te haga sonreir como lo estoy haciendo ahora.

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