miércoles, 1 de junio de 2011

final

Es como ser una sala de conciertos. La más perfecta sala de conciertos, la de más perfecta resonancia, la de mejor acústica, la más equilibrada, en la que, en definitiva, mejor suenan las orquestas, más bellos suenan los instrumentos, en la que los directores ven representadas de la mejor forma sus creaciones. O, quizá, no siendo la mejor, sí ser una buena sala de conciertos, una en la que, quizá, puedas detectar resquicios de la música que no pudiste detectar en otras salas. Esa sala es feliz porque en su vientre se desarrolla el arte, porque la vida cobra vida dentro de ella, en las infinitas piruetas y laberínticas cabriolas que dan las siete notas para acariciar el alma, para despertarla, para jugar a ser vida. Esa sala es feliz por eso pero, quizá no se da cuenta de que no puede aspirar a nada más, de que ella sola no puede crear lo que tanto ama, lo que acoge en su seno con tanto regocijo, ella sola no puede crear la música, sólo recibirla, sólo darle cobijo y aumentar sus virtudes, amarla como a un hijo, como a un padre, como a un amante, pero nunca podrá llegar a parirla, nunca podrá hacer nada más que darle abrigo y calor. Darle amor.

Nunca, nunca podré ser un escritor.