domingo, 6 de marzo de 2011

Juliana


Juliana retomó el camino a casa, enfadada consigo misma. Sus pasos eran rápidos, su cabeza gacha. Parloteaba por lo bajo y, en ocasiones, movía las manos, como si éstas quisieran gesticular pero no acabaran de atreverse. Se cruzó con alguna gente a la que no quiso mirar directamente para no verse en la obligación de saludarla. Ni pensar en detenerse a hablar con algún conocido que exigiera más que un breve movimiento de cabeza. Seguro que todavía quedaban de esos. De conocidos que todavía no debían saber que se había vuelto loca. Conocidos que le preguntarían con naturalidad sobre su vida, sobre su casa, sobre su salud. Conocidos que todavía querían jugar a la pantomima. Tan irreales, tan artificiales como actores de Kabuki. 

Sin embargo, Juliana se arrepintió de haber pensado así, de haberse tratado como loca. Sintió un pequeño arrebato de autocompasión y sus ojos se llenaron de lágrimas. Las dejó hacer. Su visión se volvió borrosa pero se esforzó por no parpadear, como obligándose a una cierta penitencia. Sus piernas hicieron su trabajo y la llevaron, ajenas a las elucubraciones de Juliana, hasta su casa. Allí, dentro, Juliana dio rienda suelta a las urgencias de su interior. Su voz ronca parloteó como no se atrevía a hacerlo en la calle, sus manos completaban los movimientos que habían quedado incompletos y sus ojos, libres ya de lágrimas, relampagueaban, ora de tristeza, ora de furia, ahora de pena, ahora de desolación.

Era todos los días igual. Más o menos a la misma hora. La hora en la que volvía de su búsqueda, la hora a la que ya se había rendido y ya todo le molestaba, la hora en la que vivía en un permanente síndrome de abstinencia. La hora en que le molestaba su cuerpo, le molestaba su casa, le molestaba su soledad, los colores de sus paredes, sus trastos de siempre, los trastos intrusos, sus viejas fotografías, sus viejos recuerdos, su viejo reflejo en el espejo. Le molestaba su corazón, al que veía viejo y gastado, como un hueso amarillo, como un viejo egoísta. Le molestaba no sentir el calor que sentía, invariablemente, todas las mañanas. Entonces, la esperanza por encontrar aquello que estaba buscando le borraba todos los malos recuerdos, la ponía de pie, le estiraba la piel, le iluminaba los ojos, la hacía más bella, a ella y a su ropa, a ella y a su mundo.

Pero, por las noches, todo le parecía de nuevo fútil, vacío y, lo único que deseaba, era dormir, olvidarse de todo hasta el día siguiente. En vano acudió a su cabeza cierta lucidez, cierta conciencia del reloj de arena en el que se había convertido su vida, de cómo comenzaba el día repleto, de cómo perdía sin remedio granos y granos de energía, de cómo acababa sus días, vacíos. De cómo alguna mano invisible daba la vuelta, invariablemente, cada día, a su reloj de arena para que, al despertar, estuviera de nuevo repleto. Se daba cuenta de que estaba perdiendo la cabeza, que debía serenarse, debía calmar su ánimo, convertirlo en una playa serena, utilizar esa arena de otra manera, no dejándola a merced de la gravedad. Pero, lo que más pánico le daba era que una mañana se despertara y que, al que se encargaba de darle la vuelta a su reloj le hubiera pasado algo. Que se despertara tan vacía como había quedado la noche anterior.

Algo la distrajo. Oyó un gato maullar. Reconoció el maullido. De algún cachorro. De hambre. O, más bien, de llamada. Habría perdido a su madre. Agudizó su oído. Salió de la casa, siguiendo el sonido. No lo soportaba. Nunca había podido soportar ese sonido. Al poco lo encontró, al gatito. Se dejó coger sin miedo, pero no dejó de maullar. Era un cachorro de pocos días. Nunca había soportado ese sonido. Le causaba más ternura que el llanto de un bebé. No podía evitarlo. Lo llevó a su casa y lo pegó a su cuerpo. Le dio calor, le calentó leche. El gatito pronto ronroneó y se durmió, pegado al vientre de Juliana. Ella quedó en vela toda la noche.

4 comentarios:

  1. Muy bueno por alguna razón eso me dejo pensando.Acaso eso era lo que quería Juliana?Muy bueno!

    ResponderEliminar
  2. Está muy bien porque realmente uno no sabe lo que le pasa a Juliana (a no ser que yo sea un lector poco atento y no lo haya captado), pero te puedes identificar con muchas de sus acciones (no todas a la vez, claro): rehuir la mirada, hablar solo, estar molesto por todo, etc.

    Me ha gustado mucho el párrafo que empieza por Era todos los días... y en concreto la expresión "trastos intrusos". Me ha encantado como título de algo...

    ResponderEliminar
  3. Srta. Gómez: Me alegro de que te gustara, a mi también me dejó pensando y espero que Juliana encuentre lo que busca...

    ResponderEliminar
  4. depropio: no, no eres un lector poco atento, al contrario! Ni yo sé lo que le pasa a Juliana, pero espero que el gatito le ayude con todos sus trastos...
    Un abrazo

    ResponderEliminar