viernes, 31 de julio de 2009

un día

Era un día como cualquier otro. Teléfonos sonando, expedientes que se perdían, jueces de baja, providencias de apremio caducadas… también, como de costumbre, mi cabeza estaba en otro lugar. Y con ella mi corazón cachorro. Estaba en mi viejo pueblo, en un atardecer cerca de la playa, despoblada ya de bañistas y de niños armados con manguitos a bordo de un flotador. Estaba en el mismo espigón en el que nunca había estado con nadie y en el que ahora estaba contigo, mirando el sol caer. Soñando contigo, estando tú a apenas dos mesas detrás de mí. Llegando a callejones sin salida. A tristes callejones. Y también a alegres. Pero soñando en ti. En un día como cualquier otro.

martes, 21 de julio de 2009

volar

Esta noche hablaré con él, he de intentar convencerle, sacarle esas ideas de la cabeza, hacerle comprender que algunos sueños hacen daño, que sólo sirven para descentrar el ánimo y lubricar a la vanidad, que a veces se vuelven contra uno mismo y muerden allí donde hace más daño. Le contaré que yo también soñaba con castillos en el aire, con soltar la correa de la niña que llevaba dentro, con vivir y no sobrevivir, pero que aprendí que era mejor caminar que volar.
Todo eso le diré y Dios quiera que no se deje convencer.

Publicado en el libro Más cuentos para sonreir. Ed. Hipálage.

martes, 14 de julio de 2009

cachorro

El teléfono sonó entre las 4 y las 4:30 de la madrugada justo cuando, a bordo de un enorme flotador, el juez Ondoño estaba a punto de atracar en una playa color turquesa. Ya tristemente acostumbrado a ser requerido a cualquier hora para el levantamiento de algún cadáver, se vistió con diligencia y marchó a cubrir el expediente. Encallecido con los años, el veterano juez ya no se dejaba impresionar por cuerpos ensangrentados o por los dramas humanos con los que se encontraba. Pero los dramas perrunos eran otro cantar. Un cachorro de labrador famélico lloraba y llamaba a sus desaparecidos amos y quiso la Providencia que aquella noche cometiera la única falta de su extensa carrera, hasta entonces sin mácula, llevándose a su casa una posible prueba del caso (o parte del escenario del crimen, según se mirase), para darle un poco de leche y unos huesos de pollo.