miércoles, 24 de junio de 2009

doña Matilde

Cuando viera su dibujo sobre la inmaculada concepción no tendría más remedio que felicitarle delante de toda la clase. Había estado trabajando durante toda la noche, centrada toda su atención en cada uno de los detalles que añadía, con la paciencia de un relojero hasta que los ojos le lloraron. Aún tuvo tiempo para soñar en cómo doña Matilde, la joven profesora sustituta, le obsequiaba con una mirada de cariño interminable con aquellos enormes ojos azules. Al despertar, preparó el cuadernillo con el resto de dibujos y marchó al colegio con la serenidad de los campeones. Lo primero que llamó su atención al volver a casa fue su dibujo encima de su escritorio, y lo segundo fue que no encontró el torpe poema que le había escrito a doña Matilde. Presa del pánico, sumó dos y dos. No hubo felicitación, ni matrícula de honor. Pero su mirada fue todavía más intensa, larga y cariñosa de la que su sueño le había mostrado. Y su dibujo en la mesa.

martes, 16 de junio de 2009

su vida

Era mi diluvio pero no mi barca. Sólo eso vi anotado en su libreta. Hice una fotocopia con el temor de ser descubierta rebuscando en sus cosas y me la llevé a casa como el mayor de los tesoros. Su letra era clara, pero su significado siguió siendo un misterio para mí durante mucho tiempo. Tenía que haberlo imaginado. Enamorada como una tonta de su andar silencioso, de su melancolía, de unos ojos que creía que encerraban bondad y sabiduría y que sólo cerraban su caja de Pandora. Metódico como siempre, la hoja de su libreta sólo era un borrador de su nota del adiós.

domingo, 7 de junio de 2009

Polichinela

Mi vecino es un payaso, pero un payaso de los de verdad, con la nariz colorada y los zapatos-barcas. Un día vino a pedirme algo, creo que un limón o un poco de azúcar, o puede que ambas cosas. Estaba de mudanza y su hija tenía capricho de limonada. Me cayó bien e hicimos amistad. Me contó que su mujer le sorprendió junto a la trapecista practicando equilibrios en la cama, "¡Ja-ja!". Su circo tenía un código interno muy estricto y, en cosa de unos días, se había quedado sin mujer, sin trabajo y, merced a un “contencioso matrimonial”, sin la custodia de su hija. Pero su alegría era invencible y, en cualquier momento, parecía que su pajarita fuera a dar vueltas o que te sorprendiera con un bocinazo. Sólo cuando su hija vuelve con su madre, Polichinela se convierte en Arlequín y se escuchan sus sollozos a través de las paredes.