Todos apretujados en aquel enorme congelador. De todos los sabores, de todos los colores. Abrió su mano y miró las monedas que le contemplaban desde su palma. Su boca se torció al hacer la cuenta, sintiendo sobre su coronilla la mirada impaciente del tendero.
-Bueno, ¿qué?
-No me llega.
-Pues aligera, que hay trabajo.
Protegiendo sus monedas y haciendo un mohín volvió a la trastienda a ordenar el género, a cargar cajas y a barrer el suelo. Mientras, su padre seguía atendiendo el negocio.