jueves, 26 de agosto de 2010

Grau

Ninguno de nosotros soportábamos a Grau. Era una especie de inquina tácita y compartida. Siempre quería ser el mejor en todo y lo peor es que siempre era el mejor en todo. “Mi nombre es Alfonso Grau”, se presentaba, y parecía querer añadir “abogado de gran prestigio, ¿quieres que te muestre mi mochila de conocimientos?”. Bien podía explicarte el porqué de la burbuja inmobiliaria como hablarte, sin despeinarse, del Decreto de Nueva Planta, pontificar sobre el resultado de las últimas encuestas sobre intención de voto y darte al mismo tiempo instrucciones para jugar (bien) al guiñote. Completamente insufrible. Sólo cuando llegaba la hora de visitas y, día tras día, ninguno de sus hijos y nietos acudían a visitarle, parecía volverse un poco más humano en su burbuja triste de sabiduría.


Seleccionado II Concurso de Microrrelatos sobre Abogados