Nadie en varios kilómetros a la redonda sabría decir su nombre, simplemente apareció una buena mañana de febrero, tiritando de frío, medio desnudo, apretujado contra el muro del granero. No hablaba, pero padre le dio algo caliente que comer y un techo donde dormir. También le enseñó a ordeñar las vacas, a limpiar los establos, a esquilar a las ovejas. Trabajaba duro y, a veces, sonreía. Padre no lo hubiera reconocido nunca, pero le había tomado cariño. Y yo también. Un día llegó un coche, un matrimonio, gente de bien, hablaron con padre, movían mucho la cabeza. Padre señaló al granero y caminaron hacía allí, el matrimonio con prisa, padre con pereza, todos a la misma velocidad. Quise avisarle pero no me dio tiempo. Se lo llevaron. Se llama Pedro. Me lo dijo, bajito, al oído.
viernes, 14 de enero de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Es muy hermoso, tanto que me ha sabido a poco, hubiese seguido leyendo esta historia.
ResponderEliminarFeliz fin de semana.
Quién sabe, algún día, si soy capaz...
ResponderEliminarUn abrazo muy grandote, feliz semana.
Yo también quiero más.
ResponderEliminarBesos para ti.
mar