martes, 5 de abril de 2011

el pintor

En casa teníamos una estufa. Una de esas antiguas. Grandota, de metal, con un gran tubo que llegaba casi hasta el techo. Nunca la vi en marcha. De hecho, de estufa sólo tenía el nombre, para mi era el garaje de mis pequeños cochecitos de metal; para mi hermano era el escondite de sus cigarrillos; para mi padre un adorno estupendo; para mi madre un trasto que siempre estaba sucio; para mi abuela era también algo, pero no sabría decir el qué. Aunque debía de ser importante porque se podía pasar horas mirándola, y su cara era la viva imagen de la felicidad. Yo creía que le recordaba al abuelo; mi hermano pensaba que a su juventud; mi padre opinaba que a los años en los que trabajó en la fábrica y mi madre que simplemente le había cogido cariño a la dichosa estufa, como se lo hubiera podido tomar a la mesa de la plancha. 

Yo quería mucho a mi abuela, y el corazón me dio un vuelco cuando, un día, al volver del colegio, en lugar de la vieja estufa se erguía, orgullosa, una lámpara de pie. De diseño. Fue imposible consolarla. A mi abuela, digo. Yo le decía que se la habían llevado a reparar y que pronto la traerían; mi hermano que, en el fondo, una lámpara de diseño era casi lo mismo que una estufa decimonónica; mi padre que aquella lámpara tan bonita debía alegrarle la vida a cualquiera. Y mi madre que dónde iba a parar, lo rápido que se podía limpiar ahora. 

Y así comenzó mi carrera de pintor. Hasta que no logré plasmar una copia exacta de la vieja estufa y ver sonreír de nuevo a mi abuela no descansé. Y hoy he tenido que pintar al óleo el rostro de mi padre, para que ella lo vea en el rincón de la estufa, entre el retrato de mi madre y el de mi hermano; y así mi abuela no tenga que ir perdiendo otra vez su sonrisa porque el tiempo pasa y las cosas no siguen en su sitio.

13 comentarios:

  1. El final es por completo idea de la fantástica escritora Berenice

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  2. Estupendo relato Carlos, de esos que te gustaría seguir leyendo.

    Un saludo

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  3. Carlos, me ha gustado mucho, como es habitual, pero ya sabes que doy mi opinión en todos los sentidos, así que te digo que yo al menos dividiría el relato en dos párrafos (el segundo empezaría en Yo quería mucho a mi abuela...)

    Muy bueno

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  4. Y a mí seguir escribiendo, Ángeles; algún día...
    Gracias y a ver si vuelves pronto.

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  5. Fernando, en muchas ocasiones valoro más un comentario que me ponga a caer de un burro que otros más políticamente correctos. No es fácil hacerlos (y yo me incluyo) pero la sinceridad hace que sepa a qué atenerme. Además, siempre suelo pensar que tenéis razón.
    Eso sí, a partir de ahora, prepárate... ; )

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  6. Me gusta mucho como está escrito y me gusta mucho la historia, y como no, la abuela, de la que no dices nada y lo dices todo. Me gusta la sucesión de comentarios que finalmente se convierte en una sucesión de fotos o dibujos para que a la abuela no le cambie nada ¿la abuela es inmortal o qué?
    Abrazos

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  7. Hola, Carlos:
    Ya te enlacé desde mi blog.
    Abrazos fuertes,
    PABLO GONZ

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  8. Muy bonito. Me encanta el protagonismo de la estufa, casi humanizada, y todos los sentimientos que mueve a su alrededor. Es uno de esos relatos que te lleva adentro.

    Un abrazo.

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  9. ... que te llega adentro, quería decir.

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  10. Ana, sí... la abuela es realmente muy longeva. En fin, licencias que se toma uno...
    Me alegra mucho que te gustara. Un abrazo de su parte.

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  11. Pablo, yo haré lo mismo. Bienvenido!

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  12. Maribel, bueno, si te lleva adentro también me doy por satisfecho... ; )
    Un abrazo

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  13. En esta historia cuentas muy bien como ven las cosas cada uno de los personajes, en cada situación; de la mano de esa vieja estufa, nos llevas también a un tema como la muerte de un hijo, que para una madre es tan difícil de superar. Y el pintor se convierte en la memoria agradecida de esa abuela. Bien contado y sentido. Un abrazo

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