jueves, 17 de junio de 2010

esquizofrenia por compasión

Pedro, el oculista, ha salido corriendo blandiendo una enorme cimitarra, David, el cirujano, se paseaba con los ojos inyectados en sangre mientras mantenía en su mano algo parecido a un pulmón seccionado, del interior de la sala de rayos surgían gritos desgarradores y gruñidos no demasiado humanos. Desde su silla de recepción de planta, Antonio suspiró. Quizá esta vez había llegado demasiado lejos. Tomó ración triple de su medicación y se la tragó con un poco de agua, no sin antes mirar con emoción cómo Mar, la enfermera interina, le dedicaba una mirada cálida y le decía con los labios: “te amo.”