viernes, 26 de febrero de 2010

nagasaki

Hacía tres largos e interminables días que caminábamos, nuestros pies, repletos ya de ampollas y heridas, casi en carne viva, apenas nos molestaban ya. Misterios del cuerpo. Tú tampoco protestabas ya, tu incredulidad había dejado paso a algo parecido a la sumisión, simplemente caminabas con la mirada extraviada. Ya no era necesario amenazarte como tuve que hacer cuando, cuchillo en mano, te obligué a seguirme, a salir de la ciudad y a caminar y caminar, sin rumbo pero sin pausa. Algo cambió en el aire, un dulce aroma a cerezo en flor, un claro en el bosque, en lo alto de una loma. Ya habíamos llegado. Por fin. Me detuve y miré atrás por primera vez en 72 horas. Y ocurrió, algo muy lejos hizo explosión, todo comenzó a perder su color inundado por un formidable resplandor, por una blancura bella, tan bella. Y por un silencio atronador. "¿Por qué me haces esto, Takeshi?". No lo sé, Akane. Pero, ¿no entiendes que no puedo dejar que mueras?

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