martes, 26 de mayo de 2009

princesa

¿Te acuerdas de mí? Soy la que revolvía tus entrañas, la que sacaba a pasear a tu corazón y nunca lo devolvía a tiempo, la que te llevaba hasta el precipicio y luego te dejaba caer, la que te esperaba en el fondo de tu caída, la que te cogía de la mano, la que encerrabas en corazones asimétricos, la que te mató y te resucitó, la que te rompía como se rompe el silencio, sin romperlo, la de tus lágrimas calientes, la que te seca la garganta, la que hace diez años que vive dos pisos más arriba, la que ahora te pregunta: “¿A qué piso vas?”

lunes, 18 de mayo de 2009

esa mirada

Entonces reconocí la mirada de la fotografía, la favorita de las que conservaba de mi padre, una que lo captaba a él y a mi madre, contentos, cercanos y ajenos a la cámara. Anciano ya, la senilidad había teñido su mirada de nada, de un desamparo infantil y callado ante el mundo que le rodeaba. Pero aquel día ocurrió. Mientras le daba su merienda, mi padre vio algo que llenó de luz sus ojos, seguí su mirada y sólo ví como dos mujeres, una también anciana acompañada por una más joven, salían del comedor. Pensé en levantarme, alcanzarlas, averiguan quiénes eran. Pero no pude separarme de mi padre, de esa mirada, ahora que por fín había regresado.

lunes, 4 de mayo de 2009

bienaventurado

-Lo mejor sería ir a por el destornillador… Niño, te me acercas en una corrida a mi furgoneta y me traes el destornillador de mango amarillo de la caja de herramientas.
El cabo de la guardia civil dudó unos instantes pero, a falta de otras iniciativas, marchó corriendo, en parte aliviado de dejar aquel escenario, mientras, el alcaide se cagaba en sus muertos y maldecía su mala suerte, que para un reo que había que ajusticiar, se tenía que desgraciar el maldito garrote vil del demonio, precisamente ahora.
El párroco, arremangada la sotana, con su destornillador amarillo ya en mano, comenzó a manipular el mecanismo, mientras yo, despojado de toda dignidad, con la nuca magullada y los pantalones mojados, aún tuve la lucidez para darme cuenta que, con los arreglos del pater, aquel aparato moría sin matar.
Después, todo fue muy rápido, el traslado a otra cárcel, el asalto al convoy por mis compañeros de partido, la libertad... Aún no sé si puedo contarlo gracias a un cura chapuzas o a un enviado de Dios.